Roberto Torrijo Solanas: “A Illueca le debo todo: en el plano personal y profesional. Estoy muy agradecido»

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ENTREVISTA 40 AÑOS como PRACTICANTE de Illueca, cuidando y acompañando a sus pacientes en su proceso de vida.

Roberto Torrijo Solanas, gotorino de nacimiento e illuecano de adopción acaba de jubilarse como enfermero del Centro de Salud de Illueca.

Roberto Torrijo Solanas (Gotor, 13 de septiem­bre de 1962), más cono­cido en Illueca como “el practi­cante” acaba de jubilarse tras 40 años de servicio a sus pacientes dentro y fuera de su horario labo­ral. Una circunstancia que ha he­cho que Roberto se convierta en una persona muy querida en la lo­calidad y también en el resto de la comarca del Aranda. Torrijo, per­tenece a la segunda promoción de la Escuela de Enfermería de Zara­goza y a sus 61 años afirma que siempre quiso ser enfermero. Del mismo modo, reconoce, cuando le preguntan, que conoce casi todas las casas de Illueca.

¿Qué memoria tiene de su in­fancia?

Recuerdo una infancia feliz. Éramos dos hermanos, mi padre se dedicaba a la agricultura, donde durante 18 años pasada tres meses, en la campaña de la remo­lacha y mi madre compaginaba las tareas del hogar con las de co­ser zapatos. Estudié en el colegio de Gotor, donde tuve un buen maestro que le quitó a mi padre la idea que tenía que dedicarme a trabajar las tierras y seguir estu­diando, como lo hacía mi her­mano. Así que con 12 años me mandaron al internado de Si­güenza. De donde guardo buenos recuerdos hasta que me trasladé a Zaragoza a estudiar Enfermería y ya con 20 años comencé a traba­jar un mes en el servicio de Ur­gencias del Ramón y Cajal hasta que me trasladé a Illueca.

¿Estudió Enfermería por vo­cación?

Sí, en los años 70, Gotor y Jar­que tenían la misma unidad: mé­dico y enfermero atendían en es­tas dos localidades. El practicante vivía en Gotor, se llamaba Luis Enrique Seco, fue un gran refe­rente para mí porque veía cómo resolvía los temas a los pacientes y eso me gustaba y me animó a dedicarme a ello.

Su hija Julia también ha se­guido sus pasos.

Sí, en lo profesional y también en lo personal (se ríe), es madre de familia numerosa.

¿Cómo ha evolucionado la Enfermería en Illueca durante todos estos años?

Ha evolucionado muchísimo. Cuando llegué, en 1984, sólo po­níamos inyecciones, no había un Centro de Salud como ahora. Tra­bajábamos en un piso en la calle Virgen del Pilar número 5. Nos tocó la época del Sida y recuerdo que teníamos que desplazarnos a Calatayud para recoger el mate­rial fungible. Después la atención sanitaria pasó a desarrollarse en el edificio que alberga el Juzgado de Paz. Unas dependencias que compartíamos con la MAZ, dado el volumen de empresas que ha­bía entonces, esta mutua tenía de­legación en Illueca. Había mucho trabajo, tanto que fui el enfermero con más cartillas de España, unas 3.000 tarjetas. Lo normal hubiese sido que hubiera dos enfermeros pero no era así, entonces. En aquellos años, únicamente hacía curas y ponía inyecciones pero me di cuenta que era importante seguir avanzado para prestar más atenciones, aprendí mucho le­yendo los informes médicos de Don Arcadio ahí fue donde real­mente empecé a conocer a los pa­cientes y vi la necesidad de seguir formándome en materias como por ejemplo de prevención, no te­níamos matrona en Illueca por lo que decidí realizar formación en atención para el parto (gimnasia, respiraciones…) para evitar los desplazamientos de las pacientes. Después nos trasladamos al edifi­cio de Barón de la Torre, ya está­bamos dos enfermeros, fue una etapa interesante en materia tam­bién de investigación y cirugía. A través del doctor Marrón esta­blecimos la primera colaboración Hospital-Atención Primaria, tuvi­mos acceso a formación quirúr­gica y también en materia de neumología, comenzamos a hacer cirugía menor en el centro y tam­bién las primeras espirometrías. Y después llegó el Centro de Salud que hoy en día tenemos con unas instalaciones y servicios que hoy conocemos y como todo en Illueca, nos ha tocado luchar por ellas.

El covid, nos obligó a readap­tarnos. ¿Qué recuerdos guarda de aquellos meses?

Fue una situación extraordina­ria que le pilló a la gente con el pie cambiado. Los vecinos supie­ron reaccionar a la adversidad con bondad y generosidad. Salimos mejor. Illueca fue una muestra de solidaridad, haciendo mascarillas y batas cuando no había. La resi­dencia de ancianos nos hizo sufrir muchísimo, la pandemia entró tarde, pero hubo muertes. Fue una experiencia durísima: ibas por la mañana atendías a un paciente y por la tarde había fallecido. Fue durísimo. En una sola semana hubo siete fallecimientos.

Su lugar favorito en Illueca.

Hay muchos, pero me quedo con el paseo que va desde el puente romano hasta las piscinas y la Virgen de la Sierra, es un lu­gar precioso. Cuando podía andar me encantaba realizar el recorrido de las fuentes que un grupo de amigos senderistas me enseñaron.

Aficiones.

Mi grupo de oración, el paseo y la música (forma parte de la Banda municipal de música) me gusta todo tipo de estilos, pero en especial el Rock and Roll

Sabemos que sus compañeros de profesión le hicieron una gran despedida hace unos días en Illueca.

Si, (comenta visiblemente emo­cionado todavía), fue una sor­presa enorme. No sabía nada, es­toy muy contento y agradecido. A Illueca se lo debo todo. Participa­ron 67 compañeros, 42 de ellos de forma presencial, un viernes, vís­pera del puente de la cinco mar­zada, no me lo podía creer. Me hicieron varios regalos incluso un antiguo compañero médico en Trasobares me compuso unas odas.

Ha pasado de estar muy ac­tivo a tener mucho tiempo libre, ¿a qué se dedica ahora?

A cuidar el cuerpo y el alma. Tras un año, muy complicado con tres operaciones en la espalda, tengo que seguir haciendo rehabi­litación. La Iglesia siempre me ha ayudado mucho a lo largo de mi vida y también ahora a saber ca­pear la enfermedad. También tengo pensado ayudar en el Cen­tro de Mayores a través de talle­res que puedan surgir y en la pa­rroquia.